Hay
un error práctico muy común entre los creyentes. Todos profesan creer que el
Espíritu Santo puede convertir las almas a cualquier edad, y que nunca es muy
temprano para que la conversión ocurra; pero aun así, no buscan la conversión
de los niños con el mismo ánimo de fe que manifiestan al pedir y esperar que el
Espíritu Santo transforme a aquellos de edad madura.
Los
mismos creyentes de corazón fervoroso que se esfuerzan por las almas de
personas adultas, y que no se satisfacen con otra cosa que no sea la salvación
sin dilación, no sienten lo mismo ni se esfuerzan de la misma manera por los
más jóvenes. Los tales se sienten complacidos con que los jovencitos presten
atención a la verdad y con que no presenten oposición a mantener lo que
aprenden en sus pensamientos.
Ellos
no demandan la inmediata aceptación de Cristo en los niños, como lo hacen con
las personas adultas. Regresarían a sus casas frustrados, tristes e
insatisfechos, si noche tras noche las almas no fueran despertadas y salvadas,
aunque prestaran atención e interés; sin embargo, en el caso de los niños, se
dan el lujo de esperar. Pueden irse de la escuela dominical o del devocional
familiar sin alarmarse o sin ansiedad, aunque no hayan síntomas de verdadero
avivamiento o aunque esas jóvenes almas no hayan encontrado a su Salvador.
Una
razón para la diferencia que se hace en el caso de los más jóvenes es, con
muchos, el mal entendido de algunos textos de la Escritura; por lo menos, eso
es lo que nosotros vehementemente nos inclinamos a creer.
1.
Una persona cita Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando
fuere viejo no se apartará de él.” La persona que utiliza este texto
probablemente lo aplica de esta forma: ‘sólo enséñele el plan de salvación al
niño, y demuéstrele los caminos felices de la sabiduría, y aunque en la niñez
no se convierta, sin embargo cuando sea mayor, no cabe duda de que escogerá el
camino que tú le enseñaste.’ ¿Pero es esto cierto? ¿Es éste el verdadero
sentido del texto? ¡Está lejos de la verdad! El Espíritu Santo quiere
enseñarnos otra lección a través de esas palabras; esto es, ‘Asegúrese de
establecer al niño en el camino, mientras todavía es niño, y sólo entonces no
tendrá que preocuparse de su perseverancia.’ Esto es, inicie al niño en su
camino (ver el hebreo), o al principio del camino.
Introduzca
la verdad en su alma mientras es
niño y descanse seguro de que él se mantendrá como ha comenzado. Es un texto de
gran bendición para exhortarnos a buscar la presente e inmediata conversión de
los niños.
2.
Una tercera persona tiene mucho que decir, de una forma doctrinal, acerca del
texto en Filipenses 1:6: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará...”, aplicando este pasaje a los sentimientos, impresiones e
intereses despertados entre los jóvenes en el curso de la enseñanza semanal. No
hay conversión en tales cosas; pero luego se argumenta diciendo: ‘Hay un
verdadero interés, hay una impresión hecha, de manera que la buena obra ya
comenzó, y si ha comenzado, continuará. Nosotros contestamos: aquí hay un serio
problema, porque ‘el que haya comenzado
la buena obra’ significa que se ha llevado a cabo una conversión; la conversión
es la buena obra que inicia la vida cristiana. Lea el contexto, y vea esto más
allá de cualquier duda o disputa.
El
apóstol dice: ‘Aquél que te ha convertido, colocándote sobre Cristo, el
fundamento, no te abandonará, sino que te edificará hasta la culminación en el
día que regrese Cristo.’ Así que este texto es un argumento a favor de no
contentarnos con una mera impresión, interés esperanzador o convicción. Tenemos
que ver una obra de conversión. Tenemos que ver una obra de salvación, tenemos
que ver la vida cristiana comenzar realmente. Y esto se aplica tanto al caso de
lo adultos como de los jóvenes.
Aparte
y además de todo esto, existe un sentimiento secreto en muchos cristianos, de
que no es tan importante ser un instrumento para la conversión de los niños,
como lo es el ser un instrumento para la conversión de los adultos. No tienen
ninguna prueba escritural para este punto de vista, porque ‘convertir a un
pecador’ significa cualquier pecador, sea joven o adulto; y ‘volver a muchos a
la justicia’ incluye a jóvenes o viejos; y ‘el ganar almas’ no nos limita a
ninguna edad. Pero sin embargo, tales personas sienten, sin expresar con
palabras sus sentimientos, que es más evidente y palpable ganar un alma adulta
e inteligente que ganar a su niño para
Cristo.
Ahora,
esta íntima persuasión (que se revela en la práctica), puede surgir del
pensamiento de que estos adultos son de valor al presente para la sociedad, de
manera que su conversión afectará de inmediato la misma; mientras que la
conversión de los jóvenes al presente no se hace sentir más allá de la esfera
familiar y de unos cuantos amigos. Pero, por otro lado, ellos olvidan que las
almas jóvenes, traídas a Cristo en la infancia, ejercerán una influencia año
tras año, a lo largo de una vida, en todas las diferentes etapas de su
crecimiento; y a la larga, al alcanzar la madurez, podrán por la gracia de Dios
afectar poderosamente para bien su círculo social—esto sin tomar en cuenta los
males de los que escaparán y el daño que nunca llegarán a realizar.
No
obstante, en la raíz de esta subestimación de la conversión temprana, hay un
error más serio todavía. En realidad, mucha gente piadosa mira la conversión de
los niños como algo de lo cual dudar. Difícilmente crean que la conversión de
los niños sea tan profunda y genuina como la de los adultos.
Ellos
admiten que toda conversión es por igual la obra del Espíritu Santo, y que Él
convierte tanto niños como adultos según le place. Sin embargo, con todo y
esto, ignoran habitualmente la aparente conversión de los niños; tienen la
teoría de que los niños imitan a los adultos, y que estas apariencias deben de
ser catalogadas solamente como una imitación. Para tratar con estas personas
decimos lo siguiente:
(a)
Si la palabra de Dios es nuestra regla, de seguro que deben de haber casos de
verdadera conversión entre los niños; ciertamente, el Salmo 8:2 está escrito
para todas las edades, y nuestro Señor ha comentado acerca del mismo en Mateo
21:16: “¿Nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman
perfeccionaste la alabanza?” Si tanto adultos como niños son llamados por igual
a alabar al Señor (Sal. 148:12), esto seguramente implica que ambos son capaces
de recibir la gracia salvadora. De hecho, el suponer por un momento que este
asunto fuera de otro modo, sería afirmar que el evangelio no es adecuado para
el alma de los jóvenes.
(b)
El evangelio es peculiarmente adecuado [divinamente apropiado, podemos decir]
para ser utilizado en la conversión de los niños. El mismo Espíritu Santo en
todos los casos usa el evangelio para salvar las almas; pero, al aplicarlo a
los niños, Él ilustra muy notoriamente dos de sus características: su completa
libertad (porque, ¿qué puede un niño darle a Dios?) y su asombrosa sencillez,
la cual es muy humillante para el orgullo del hombre de justicia personal. “Yo
te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas
de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños” (Lucas 10:21, y al
Jesús decir esto “se regocijó en el Espíritu”). “El que no recibe el reino de
Dios como un niño, no entrará en él” (Lucas 18:17). Los niños o bebés a quienes
Cristo bendijo no hicieron nada sino sólo esto: ¡dejaron que Él los levantara
en sus brazos sin ofrecer resistencia, y recibieron lo que les dio sin devolver
recompensa alguna!
En
relación con el deber de aceptar a Cristo, debemos tratar con los niños tan
cercana y seriamente como con la gente mayor. La diferencia es considerable, no
cabe duda, en el método que tomamos con los jóvenes que con los adultos. En el
caso de los primeros, nosotros no tenemos dificultades metafísicas con las
cuales lidiar. Sin embargo, en ambos casos encontramos la misma necesidad de
ser como Natán en su parábola; necesitamos mirar cara a cara tanto al viejo
como al niño y decirle: “Tú eres esa persona”. ¿Vas a aceptar al Salvador que
ha salvado a tantos tomando el pecado de ellos sobre sí mismo y sufriendo el
castigo merecido por ellos? Se necesita un trato personal; tratar con cada uno
individualmente.
En
la primera parte del siglo XIX había asociaciones de Escuela Dominical en
Edimburgo y otros lugares, que consistían de hombres con un corazón cálido y
que se deleitaban en mostrar el Evangelio a otros. Éstos dirigían sus
principales esfuerzos a la conversión de niños. Hemos escuchado a algunos de
estos cristianos del pasado contar cómo nunca dejaban pasar una clase sin
extraer el evangelio de la lección del día, tratando de llegar a sus corazones
con ilustraciones apropiadas. No se contentaban con despacharlos a orar; los
enviaban a Cristo en ese mismo instante. El resultado fue que muchos fueron
guiados a Cristo a una temprana edad.
Hemos oído de casos asombrosos que ocurrieron,
tales como el caso de una conversión indudable de un niño de cuatro años de
edad. Pero preguntamos una vez más: ¿por qué en nuestros días muchos ven con
suspicacia los casos de conversión a una temprana edad?
Si
el Señor trabaja mediante instrumentos adecuados, entonces procuremos ver que
estamos tomando el camino correcto para traer bendición a los más jóvenes. Como
regla, el Señor no convierte almas con la ausencia de medios, ni sin la
utilización de instrumentos apropiados y correctos.
En
tierras paganas, las almas perecen porque nadie les enseña a los pecadores el
camino de la vida. En nuestros propios
vecindarios, hombres y mujeres morirán sin convertirse, si nadie acude a ellos
buscando ganar sus almas. Así también en nuestras escuelas dominicales y en
nuestras familias, los niños crecen sin convertirse porque no se trata con
ellos de una forma más personal.
¿No estamos dejando
perecer las almas de los pequeños, al no levantarnos nosotros mismos a
participar en este modo personal de aplicar la verdad?
Señor,
afila nuestra hoz cuando vayamos a recoger tu cosecha entre los niños; porque
hemos oído a nuestro Señor decir: “¿Nunca leísteis: De la boca de los niños y
de los que maman perfeccionaste la alabanza?” (Mat. 21:16)
La Conversión de los niños - Andrew Bonar.
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